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miércoles, 11 de noviembre de 2015

El rey de la arena


En el Amphitheatrum Flavium todo estaba preparado para el inicio del espectáculo. Únicamente faltaba la presencia del emperador Tito Flavio y de los senadores. Los miembros ilustres de la sociedad, al igual que la plebe, ya habían ocupado sus posiciones. Los contrincantes aguardaban su turno en los sótanos de las instalaciones en espera de ser nominados a una lucha a muerte. El sonido de un cuerno anunciaba la llegada del Emperador junto a su cortejo. Todos los asistentes se alzaban de sus asientos, guardando silencio para el solemne recibimiento. Consecutivamente, comenzaban los vítores del público deseoso de iniciar el entretenimiento cruel y sanguinario. Las cinco gradas estaban repletas. La afición del público era desmedida. Mientras, en el lado oculto del recinto, los combatientes lamentaban o ansiaban el momento de ser protagonistas. Algunos prisioneros o condenados no tenían elección, otros pagaban para demostrar su fortaleza ganándose la admiración del pueblo romano.
—Papá, tengo miedo. Nos tratan como esclavos. No entiendo por qué disfrutan haciéndonos daño…
—No te preocupes, Simbus. Te he estado adiestrando toda la vida para ser el más valiente y temido.
—Pero, papá, tú me has entrenado para sobrevivir, no para morir. Carpóforo ha matado a muchos de los nuestros. Lo odio, pero nunca he asesinado por esa razón. Además, es apodado como Hércules, ¿cómo puedo vencer a un héroe?
—No olvides que en la Antigüedad nosotros también éramos tratados como dioses. Tú eres muy poderoso. Su tamaño no te debe achantar, ¿acaso no ves lo que has crecido?
—Pero él posee instrumentos para protegerse. Me siento muy indefenso, papá.
—Eres fuerte y robusto. La naturaleza te ha otorgado tus propias armas. Al mismo tiempo, tú puedes correr veloz y saltar con gran agilidad. Quizá no has observado cómo nos mira el emperador Tito. Sabe que somos más majestuosos que él.
—No lo sé, papá. Escuché que seríamos unos buenos anfitriones para la cena de esta noche. Es un ser hipócrita, me recuerda muchísimo al tito Scarus. Me huele a que quiere hincarnos el diente.
—Para iniciar el espectáculo se enfrentarán Carpóforo contra Simbus —vociferaba el presentador.
A continuación, se abrieron las rejas que comunicaban la galería con el sótano.
—Es tu turno, hijo. Afílate tus garras. Demuéstrales quién es el rey de la arena.

Minutos después se oyó un rugido atroz. Carpóforo había atravesado el cuerpo de Simbus con una lanza. Mufasus no podía soportar como aquel humano, al cual habían divinizado, acababa con la vida de su único hijo. La plebe, por aclamación, exigía un desenlace. Corrió, rompiendo con furia la cadena que oprimía su pescuezo, adentrándose por el corredor hasta la reja. La derribó, con su propio cuerpo, avanzando hasta el centro de la arena. Allí observó que Carpóforo, inclinándose sobre el cuerpo de Simbus, agarraba con su mano derecha alzada una daga con el propósito de darle fin a la vida de su vástago. Mufasus se lanzó contra su enemigo para ayudar a su hijo, atrapando entre sus zarpas al bestiarius sin piedad; dejándolo ensangrentado yaciendo en la tierra. El gladiador fue vencido por una bestia con sed de venganza. Mufasus nunca antes había aniquilado a una presa por esta causa. Ningún guerrero puede ser más poderoso que un padre defendiendo a su hijo. Pero su triunfo no le mantuvo a salvo por mucho tiempo. Varios luchadores fueron emplazados para acabar con ambos. Finalmente, tras una ardua batalla, el rey fue destronado. Junto a su hijo sirvió de exquisito manjar en el fastuoso banquete romano. Todo en homenaje al salvaje «Hércules», que bajó de su pedestal al ser derrotado por una fiera indefensa.


martes, 10 de noviembre de 2015

Sexo digital




Micro seleccionado -entre 1.400 presentados- para el I Concurso de Microrrelatos eróticos de la web DSS  “Erotismo en estado puro" que formará parte de la antología digital que llevará el mismo nombre.



Escribir en 5 líneas un relato erótico que deje a todos con la boca abierta... ¡Quiero escribir sobre sexo! Pero a mí esta palabra me produce unas ganas irremediables de acariciar mi propio cuerpo. Tal vez sea capaz de describir un orgasmo con versos, aunque ¿no es mejor dejar las teclas y colocar mis dedos en un lugar estratégico?¿Es posible divertirse tanto queriendo tocar un texto? 



miércoles, 4 de noviembre de 2015

El poder de un libro



Era un día triste de lluvia, una de esas típicas tardes sobrecargadas de melancolía en que no sabes en qué malgastar el tiempo para hacer que corra más deprisa. O, al menos, eso pensaba Alicia, que ya había mirado un centenar de veces todas sus redes sociales y contactado con todas sus amistades vía Whatsapp.
Lo cierto es que Alicia no tenía ningún plan específico para consumir aquel compás de espera que parecía prolongarse hasta el infinito. Para ella, una chica de catorce años que anhela conquistar la mayoría de edad para sentirse al fin libre y dueña de sus actos, aquel lapso suponía una agónica espera. Alicia aún no había aprendido que la libertad no necesariamente se consigue con la mayoría de edad.
Invadida por el hastío veía caer la lluvia a través de la ventana, cuando, con un giro de cabeza, su mirada se detuvo en una estantería repleta de libros heredados de su madre. Aquellos libros simbolizaban un testamento aún por hojear, albergando en silencio la esperanza de ser leídos por aquella a la que su anterior propietaria había designado como su legítima heredera.
Hacía años que Alicia no tenía entre sus manos un libro sin que mediase la obligación de leerlo; tantos que apenas recordaba cuándo había sido la última vez que leyó por placer. Al igual que la mayoría de sus amigas adolescentes, la lectura fuera de su rutina escolar no entraba en sus planes.
De repente, le vino a la memoria el placer que experimentaba de pequeña al meterse en la cama y escuchar la dulce voz de su madre narrándole la historia de aquel lobo feroz que intentaba derribar con potentes soplidos las pequeñas casas de aquellos tres alegres cerditos, y cómo sus párpados se iban cerrando lentamente mientras su madre ponía voz a los personajes del cuento. Por unos instantes añoró volver a aquel pasado que le hacía soñar despierta.
Alargó su brazo y tomó uno de aquellos libros de la estantería. Leyó el título en la portada: La historia interminable. «Cómo este día de mierda», pensó.
Ni siquiera lo abrió por la primera página, que hubiese sido lo normal, sino que lo hizo avanzar, pues tal era su aburrimiento. Se recostó sobre la cama y comenzó a leer con pereza.

«Los dragones de la suerte son de los animales más raros de Fantasía. No se parecen en nada a los dragones corrientes ni a los célebres que, como serpientes enormes y asquerosas, viven en las profundas entrañas de la tierra, apestan y vigilan algún tesoro real o imaginario. Estos engendros del caos son casi siempre perversos o huraños, tienen alas parecidas a las de los murciélagos, con las que pueden remontarse en el aire ruidosa y pesadamente, y escupen fuego y humo. En cambio, los dragones de la suerte son criaturas del aire y del buen tiempo, de una alegría desenfrenada y, a pesar de su colosal tamaño, ligeros como una nubecilla de verano. Por eso no necesitan alas para volar. Nadan por los aires del cielo lo mismo que los peces en el agua. Desde tierra, parecen relámpagos lentos. Y lo más maravilloso en ellos es su canto. Su voz es como el repicar de una gran campana y, cuando hablan en voz baja, es como si se oyera el sonido de esa campana en la distancia. Quien escucha alguna vez su canto, no lo olvida en la vida y sigue hablando de él a sus nietos».

Alicia se incorporó vigorosa. Su corazón palpitante parecía querer salir de su pecho. Mientras leía esas líneas había contemplado a esos mismos dragones hasta el punto de poder describirlos a la perfección, sentir el calor de su fuego y escuchar el murmullo de su canto. Por un instante su mundo había sido Fantasía; un lugar lleno de colores de la naturaleza, con un palacio en el que destacaba una gran torre de marfil y en el que pudo ver a un niño caminando por un sendero…
Desconcertada, y sin saber muy bien qué había ocurrido, cerró el libro, devolviéndolo a su lugar en aquella nutrida estantería que durante tantos años había pasado desapercibida ante sus ojos.
Minutos más tarde cogió otro libro; y luego otro, y después otro más. Cada nueva línea que leía conseguía transportarla a una nueva dimensión totalmente desconocida para ella. Así consiguió ponerse en el pellejo de un joven aprendiendo a ser mago, siguió pistas que habían dejado unos templarios e incluso sintió el ardor de su cuerpo haciendo el amor por primera vez.
Se notaba confusa, atrapada y liberada al mismo tiempo, y con una extraña sensación, como de volar sin alas, que le producía seguridad y vértigo a partes iguales. Había vivido un sinfín de aventuras sin tan siquiera poner un pie fuera de su habitación. Por primera vez en su vida sintió la necesidad de devorar la palabra escrita.
Pensó que tal vez había caído víctima de un mágico encantamiento que sólo la afectaba a ella. Era un leve temor que la embargaba; pero no de los que paraliza, sino de los que te empujan a ir más allá en busca de respuestas.
Acudió a su madre. Para ella, su madre siempre había sido su mejor confidente.
—Mamá, ¡es extraordinario lo que me ha ocurrido! —dijo Alicia muy excitada.
A partir de aquí se volcó en contarle a su madre todo lo que había experimentado en la soledad de su cuarto. Y mientras lo hacía, en el rostro de su madre se iba dibujando una sonrisa cargada de orgullo y profunda emoción.
Cuando Alicia acabó de relatar lo sucedido su madre le apartó con dulzura el pelo que le caía sobre el rostro.
—Tranquila, tesoro. No debes asustarte. Y sí, llevas razón. Sentir la magia que encierran las páginas de un libro es algo extraordinario que no todo el mundo consigue experimentar. Es el poder de tu imaginación quien prolonga ese poderoso hechizo, y es tu fantasía quien te hace vivir las historias con tanta intensidad que las hace reales durante un fragmento de tiempo. ¿Verdad que siempre encajas en la piel de un protagonista?  —Alicia asintió con un gesto—. Eso es exactamente lo que quería que un día pudieses experimentar. Por eso dejé todos esos libros allí, en tu cuarto. No se puede forzar a alguien a leer un libro, porque esa magia se rompe. Dime, ¿recuerdas por qué papá y yo decidimos llamarte Alicia?
—Por el libro de Alicia en el país de las maravillas.
—Ese fue el primer libro con el que aprendí a proyectar las letras, a disfrutar del mismo entusiasmo que tú ahora. ¡Bienvenida a tu particular país de las maravillas, mi querida Alicia! Aquí no hay reglas; sólo el poder de un libro y los límites que imponga tu imaginación. No sabes lo feliz que me hace el ver que tú misma has decidido abrir tu mente a nuevas experiencias, que al fin has aprendido a leer con todos tus sentidos. ¿Me acompañas a la librería de la esquina? Ahora que estás preparada no se me ocurre mejor regalo para ti que un libro. Pero esta vez, él te elegirá a ti.
Alicia giró la cabeza y, mientras observaba aquellos libros que pacientes aguardaban su turno en aquella nutrida estantería, al fin descubrió dónde se hallaba su verdadera libertad.



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